¿Cómo elijo qué perro adoptar?



Piolo Juvera se considera humorista y escritor —ciertamente hay que tener humor para considerarse escritor si no ha conseguido publicar su única novela—. Aunque comúnmente es freelancer, ha ocupado casi cualquier cargo posible en las redacciones de algunas revistas y un periódico. Es chilango treintañero, ciclista utilitario, improvisador profesional, tuitero empedernido, vegetariano incomprendido y fanático de los juegos de palabras.

Con esa descripción nos los presenta "Animal Político" y esta es la historia de como Piolo decidió adoptar un perrito.

"Al fin tomaste la decisión. Una que cambiará (para bien) la vida de por lo menos dos seres vivos. Ahora, ¿cómo elegir al idóneo? No estoy seguro… Pero puedo contarte mi caso, a ver si te sirve de algo.

A veces un amigo, un vecino, un conocido de Facebook o la vida misma te proponen adoptar un perro del cual quedas prendado irremediablemente y, sin dudarlo, te quedas con él. En ocasiones, el camino es al revés: primero elijes adoptar un perro y luego buscas cuál. Así fue en mi caso. Llevaba poco tiempo de vivir con mi novia, comenzamos a charlarlo y, casi de inmediato, nos convencimos de que queríamos hacerlo. Sin embargo, en medio de toda la ilusión creí importante sacar a relucir un delicado tema: si llegáramos a tronar, ¿quién se quedaría con él? No se trataba de ser ave de mal agüero, sino de ser fríamente realistas para que el nuevo miembro de la familia no tuviera que pagar los platos rotos (o los zapatos mordidos). Yo ya tenía dos gatos, que aunque eran igual de amados y consentidos por ambos, al final eran mi responsabilidad. Así que decidimos que nuestro hijo canino efectivamente sería “nuestro”, pero que si en alguna decisión vital con respecto a él no pudiéramos ponernos de acuerdo, ella tendría la última palabra; y que si nuestra relación no continuara, ella tendría la custodia. Una vez pasado ese traguito amargo, nos lanzamos a la dulce búsqueda.

Encontrar quien ofrezca animalitos en adopción es relativamente sencillo, pues lamentablemente hay muchísimos con necesidad de un hogar. Basta buscar en Google “perros en adopción” más la ciudad en la que vives y encontrarás muchísimos resultados. Así fui a dar con el albergue Cambia un destino, que estaba muy cerca de donde vivíamos, así que nos lanzamos a indagar. (Otra opción es recorrer las veterinarias, casi siempre tienen, cuando menos, anuncios al respecto).

Primero nos hicieron preguntas sobre nuestro estilo de vida, que son clave para elegir al perro más adecuado posible: de qué tamaño es el lugar donde vivíamos, si había niños, gatos u otros perros; cuántas veces podríamos pasearlo al día, etcétera. Luego de ese filtro nos mostraron, primero, perros de edad avanzada o con algunas dolencias marcadas, pues es mucho más difícil que “salgan”, de modo que es importante que hagan mucha “labor de venta” con ellos. Finalmente, casi cualquier humano puede entusiasmarse de inmediato con un tierno cachorrito.

Así conocimos a Bowie, un encantador perro que tenía, como el cantante homónimo, un ojo más claro que el otro. Era un jovenzuelo de tamaño mediano bastante juguetón. Lo habían atropellado y, aunque ya estaba fuera de peligro, le costaba mucho trabajo caminar: le había quedado una patita casi inutilizable. Nos cayó re bien. Nos invitaron a que lo paseáramos, a ver qué tal nos iba con él. Pero no le inspiramos tanta confianza y prefirió no alejarse del albergue con nosotros, por más que intentamos animarlo. Eso, sumado a que vivíamos en el quinto piso de un edificio sin elevador, nos disuadió de la idea de quedarnos con él. Afortunadamente, a los pocos meses nos enteramos que ya lo habían adoptado y que era feliz (con todo y que le cambiaron el nombre a “Pancho” y que su dueño le ponía camisetas de las Chivas).

Al final nos enseñaron unos cachorritos y nos encantaron. Pero cuando llamamos para mostrar nuestro interés por una en particular, resultó que ya la habían adoptado. Regresamos a los pocos días y nos enseñaron más y más perros. Nos quedamos pensándolo algunas jornadas. Queríamos todos. Por eso seguíamos sin ninguno. Volvimos con dos o tres en mente, queríamos convivir con ellos un poco más para tomar nuestra decisión final (lo cual no sólo lo permitían, sino que lo promovían: finalmente, estás eligiendo a un miembro de tu familia, no es una elección que deba hacerse a la ligera). Ese día nos recibió Ada, una mujer con quien, aunque ya no trabajaba ahí, seguimos teniendo muy buena relación. Y cómo no hacerlo: ¡nos dio a nuestra hija! En cuanto abrió la puerta, vimos un bonche de perros que no habíamos visto antes. Le preguntamos por ellos y nos dijo que también se ofrecían en adopción, que si queríamos lleváramos a dar una vuelta a alguno(s). A mí me encantó una cachorrita con aires de labrador y a mi chava, una más grandecita de edad (tenía como dos años) que traía un chaleco naranja.



Salimos con ellas. La “mía”, Nala, era mucho más juguetona. La del chaleco naranja, Maddy, era más bien tranquila y amorosa: no paraba de restregársele a mi novia en las piernas. “¡Es como un gato!”, decía emocionada. “Ah sí”, respondía yo, sin prestarle mucha atención, mientras veía encantado cómo Nala se metía a la fuente; la otra lo pensaba pero nomás no se animó. Corrimos un par de cuadras. Nala vomitó. Y casi de inmediato se comió la mitad de su vómito. Me hizo mucha gracia. A mi chava ni un poco. Entregamos a las perritas y nos fuimos a “pensarlo”. A los pocos minutos llegó ese peculiar momento en el que hay que poner sobre la mesa un tema importantísimo pero nomás no te animas por temor a no coincidir. Y el temor de hizo realidad. “¿En serio te gustó más el perro naranja?” Cuestioné a mi chava. Yo prefería a la “vomitona”, lo confieso. Pero de cualquier forma comencé a insistirle: “si quieres ésa, si estás segura, vamos por ella lo antes posible para que no nos la ganen.”

Fuimos. Noté que no era naranja. Me sumergí en las misteriosas profundidades de sus ojos, en esa azul mirada en la que ahora tengo la fortuna de chapotear a diario. Esa vez a mí también se me restregó. Me enamoré. Perdidamente. Maddy se convirtió en Martina —o “Marti”, de cariño y para que las sílabas del nombre le sonaran igual. Más importante aun: se convirtió en nuestra hija.

Luego de firmar los documentos, Ada nos confesó que ya había decidido que si esa semana no la adoptaban, ella misma se quedaría con Maddy, aunque ya tuviera otros tres canes rescatados en casa. Notamos que le costó trabajo desprenderse de ella, pero le creímos cuando nos aseguró que se sentía feliz de que se quedara con nosotros. Desde entonces, Ada dice, orgullosa, que ella es la madre biológica de Martina. Desde entonces, vivimos agradecidos con ella, nuestra Ada madrina.


Volviendo a la pregunta original: ¿cómo elijo qué perro adoptar? No lo sé. Yo tuve la suerte de que Martina eligiera como madre a quien yo elegí como pareja. Y eso me ahorró bastantes dolores de cabeza. Y de corazón. Aunque estoy seguro de que no habríamos podido tener un mejor perro, también creo que no hay forma de equivocarse en estos casos: partiendo de un acto de amor puro, de puro amor, cualquier elección que hagas al adoptar a un perro será la correcta.





Fuente:
Animal Político
Con la tecnología de Blogger.