Pablo Neruda y su amor por los perros.



Pablo Neruda amaba el mar, la libertad, los amigos, las mujeres y los perros. Y lo hacía sin medida, apasionadamente.

Cuando volvió de uno de sus largos exilios a su casa de Michoacán, lo recibieron Calbuco y Cutaca: “Cada cual lo hizo de acuerdo a su temperamento -contaba el Premio Nobel de Literatura-. Calbuco me echó al hombro sus dos enormes patas al verme, y después se marchó. En cambio, el pequeño Cutaca dio varias vueltas en torno mío, como si no pudiera creer a sus ojos y temeroso de que su olfato lo engañara. En mi ausencia, cuando escuchaba mis discos, se ponía siempre inquieto y me buscaba por toda la casa. Sólo cuando se convenció de que esta vez era yo, llegó a lamerme la mano”. 

Calbuco era un mestizo que tenía el color de los melocotones de la tierra chilena, que según el autor de “Los versos del capitán” eran los mejores del mundo. 

Y lo bautizó Calbuco porque así se llama una hermosa comuna chilena, con muchos largos y verde. Ha sido tan famoso este perro que en Madrid hay una peluquería canina que lleva su nombre y queda en la avenida Pablo Neruda.

Le gustaba que sus perros anduvieran sueltos, libres, sin correas, quería que sus casas fueran abiertas a todos “para que todo el mundo siga entrando sin llamar a las puertas de mi casa, sin anunciarse. Como la primavera”.Pero contra su voluntad, tuvieron que levantar un cerco en su casa de Isla Negra para que no se escaparan los perros. 

"Un perro ha muerto", es uno de los bellos poemas que Neruda, le escribió a sus queridos perros. Más adelante iremos compartiéndoles más de que aquellos poemas.


"Un perro ha muerto"

Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.

Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.

Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades. 

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.

No, mi perro me miraba dándome la atención necesaria
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas del mar,
en el Invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasando de pájaros glaciales
y mi perro brincando, hirsuto,
lleno de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más,
con el absolutismo de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.

Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo. 
Con la tecnología de Blogger.